Aunque
todavía es un tema relativamente nuevo, ya existe una considerable
cantidad de literatura científica referente al acoso cibernético. Ésta
proporciona información sobre los factores de riesgo, las tendencias,
los perfiles de la víctima y del agresor, y las posibles herramientas
de prevención y gestión. Una definición clara y sencilla es una buena
forma de empezar: el acoso cibernético se refiere al uso de
las nuevas tecnologías digitales con el propósito de infligir daño a
los demás. La plataforma de acoso cibernético más estudiada es Internet,
pero los mensajes de texto y los dispositivos móviles son cada vez más
populares. Aunque el acoso cibernético no existiría sin las tecnologías
relacionadas con Internet, no se trata sólo de que muchas personas se
conecten a Internet lo que está causando que se extienda dicho
problema; es también la forma en que están conectadas. El vertiginoso
crecimiento de las redes sociales y el acceso íntimo que éstas dan a todo tipo de "amigos" en términos generales, junto con las características propias de la comunicación online, hacen que un matón o un acosador se sienta como en un paraíso contribuyendo a hacer del ciberacoso un grave problema de salud pública.
La
prevalencia exacta de acoso cibernético es desconocida, pero la mayoría
de los estudios muestran tasas de victimización que varían entre el 20 y el 40 por ciento. Las mujeres tienen más probabilidades de ser las víctimas. Los datos también sugieren que gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, especialmente adolescentes y jóvenes, son atacados más comúnmente. Los autores del daño, tienden a ser varones. Aunque el acoso cibernético por lo general se discute como un problema de la infancia y de la adolescencia,
los adultos también sufren acoso electrónico. Existen varias formas
características, algunas incluso han sido apodadas como "flaming" (difusión de mensajes ofensivos), "outing" (difusión de información personal embarazosa) y "trolling" (publicar contenido para desencadenar reacciones embarazosas).
El ciberacoso o cyberbullying se asocia frecuentemente con la angustia psicológica. Las cibervíctimas tienden a tener mayores tasas de depresión, ansiedad e insomnio, mientras que los acosadores cibernéticos son más propensos a tener problemas de comportamiento y de agresividad,
hiperactividad y consumo de sustancias. Una preocupación importante es
el aumento del riesgo de suicidio, considerado más elevado
que en el acoso tradicional. El perfil de matón-víctima es el de
individuos que son atacados y éstos hacen una transición hasta convertirse en acosadores cibernéticos o viceversa, a éstos les acompañan más síntomas y más problemas de comportamiento que aquellos que son sólo víctimas o sólo matones.
No existen directrices establecidas sobre cómo prevenir o manejar el acoso cibernético. La evaluación cuidadosa por parte de un profesional de la salud y el tratamiento de los diferentes síntomas que ocurren simultáneamente son aspectos cruciales, especialmente en lo referente
a las tendencias suicidas. Igualmente, los padres también necesitan ser
educados en relación a este problema, cómo hablar con sus
hijos, cómo trabajar con las escuelas o los padres de los acosadores
cibernéticos, e incluso cuándo llamar a la policía. Hasta la fecha la legislación
también es importante: las leyes no protegen a las víctimas
cibernéticas en la misma medida que las víctimas del acoso tradicional, y éstas deben ponerse al día con los peligros del siglo XXI. Finalmente, destacar que las escuelas son cruciales para diagnosticar correctamente y controlar el acoso cibernético.
A
medida que nuestra historia de amor y dependencia con la tecnología se
intensifica, se prevé que el acoso cibernético se convierta en una preocupación aún más presente. Además de lo dicho anteriormente, la investigación y la difusión de información no sensacionalista son de mucha importancia para enfrentar adecuadamente las consecuencias esperadas.